La semana pasada escuché una conversación en el autobús. Un estudiante universitario musulmán y dos compañeras. Una le preguntaba cuando empezaba el Ramadán, y le preguntaba con curiosidad. La otra insistía: “¿Pero no podéis comer, ni beber siquiera? ¡¡Qué barbaridad!!”.
Ese “Qué barbaridad” lleva días rondando en mi cabeza. Ayer me enteré que un profesor “bienintencionado” (no quiero decir otra cosa) en un colegio público español amenazó a sus alumnos musulmanes de primero de la ESO con obligarles a comer una galleta para poder hacer el examen si venían a clase en ayunas. La mayoría de alumnos tomaron algo por la mañana antes de ir al colegio y finalmente el profesor no les “obligó a romper el ayuno a los que sí se mantuvieron firmes (¡qué detalle!). No voy a entrar (aún) en el prejuicio que mostró el profesor, o la chica del autobús que pensaba que era una barbaridad.
Vivimos en una sociedad impaciente, todo lo queremos y lo queremos ya. Estamos acostumbrados a la satisfacción inmediata de nuestros deseos. El concepto de la paciencia y del autocontrol empiezan a sernos ajenos. Por ello, es extraño comprender que alguien deje de comer y beber voluntariamente.
Pero, ¿es eso lo que se hace en Ramadán? ¿Dejar de comer y beber durante un mes? ¡¡¡Eso sí que es una barbaridad!!! En Ramadán, durante el día se deja de comer y beber, pero al caer el sol y hasta el alba se come y se bebe. Es simplemente un cambio de hábitos. Es cierto que pasan más horas, sobre todo ahora en los largos días de primavera y verano, sin ingerir alimentos y bebidas. Pero no es menos cierto que un descanso intestinal es un beneficio para el cuerpo: Durante el ayuno, nuestro sistema se libera de cargas y puede descansar en cuanto a procesos de digestión, asimilación y metabolismo se refiere. Estas son actividades que requieren una gran cantidad de energía. Se estima que alrededor del 65% de la energía corporal se destina a los órganos relacionados con la digestión tras una comida copiosa. Cuando los animales se encuentran enfermos por haber ingerido algo tóxico, su instinto les lleva a dejar de comer, para que su cuerpo se concentre en eliminar esas toxinas. El ayuno, bien llevado, es altamente beneficioso para el cuerpo y ningún médico afirmaría lo contrario. El cuerpo en ayuno se siente más liviano, y esta ligereza corporal tiene a su vez como consecuencia una mayor claridad mental.
El ayuno existe, de una forma u otra, en las principales religiones. En el cristianismo tenemos la Cuaresma, que es una forma muy suavizada de ayuno (en sus orígenes, no era tan ligera). En el hinduismo, se concede una grandísima importancia al ayuno previo a la meditación. El ayuno ayuda a desarrollar la concentración, la fuerza mental, y la fuerza de voluntad”. Es decir, ayunar durante cierto periodo implica tener determinación, constancia y voluntad, a la vez que nos sugiere que dirijamos nuestra atención hacia cuestiones alejadas de la comida, lo cual puede costar mucha concentración.
La “gracia” del Ramadán no es dejar de comer y beber únicamente. Se aspira a ese dominio de los deseos de tu cuerpo sobre tu espíritu. Se intenta, también, lograr una mayor empatía con los que sufren por esa falta de alimento. Vivimos en un mundo cada vez más rico y, paradójicamente, cada vez más pobre. Contemplamos a seres humanos, personas, nuestros semejantes, morir de hambre literalmente, en directo gracias a la televisión, en medio de nuestra total indiferencia. No son actores bien pagados interpretando una película. No, es real. MUEREN DE HAMBRE. ¿Tenemos la más mínima idea de lo que eso supone?. El Ramadán te acerca por unas horas, durante el día, mínimamente, a esas sensaciones. Eso debería hacernos mejores personas, reflexionando sobre la injusticia de este mundo y poniendo de nuestra parte un granito de arena para intentar remediarlo. El zakat (que no está bien traducido como “limosna”, porque no se trata de dar una cantidad mínima para dejar dormir nuestra conciencia tranquilamente, sino que se intenta dar un poco de justicia, privarte de algo que tú tienes y repartirlo al que no tiene) es ese granito de arena, y por eso se da al final de Ramadán, cuando tú has experimentado de alguna forma como se sienten las víctimas de la injusticia social.
Vivimos es una sociedad ultraprotegida, nos protegemos y protegemos a nuestros hijos de lo malo, lo injusto del mundo, mirando a otro lado. El Ramadán intenta que volvamos la mirada hacia lo que está mal, lo que es injusto, y tratemos de hacer algo para remediarlo. No podemos apartar a nuestros hijos de ello. Tienen que conocerlo y saber que en el futuro, cuando sean adultos, tendrán ellos que poner su granito de arena para conseguir una montaña.
¿Entendéis ahora por qué se ayuna en Ramadán?
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