Cuando se produjo el genocidio, Turquía era gobernada por un movimiento nacionalista, liberal y progresista, bajo una Constitución de corte occidental
Acto en memoria del genocidio armenio, en Estambul (Foto: El mundo: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/04/24/internacional/1303663182.html)
El 24 de abril se conmemoró el Genocidio Armenio, una de las tragedias mayores del siglo XX. Por segundo año consecutivo, el día fue conmemorado públicamente en Turquía. Sin embargo, y tras largos años en los cuales los historiadores han aportado toda clase de datos, el Estado turco se niega a reconocer lo evidente: la población armenia de la actual Turquía fue sometida, entre los años 1915-1923, a un plan que perseguía su exterminio. Este plan fue proyectado por los Jóvenes Turcos, líderes del partido 'Unión y Progreso' (Ittihad ve Terakkí), quienes habían renunciado al otomanismo por el panturquismo, variante del nacionalismo integral o étnico contemporáneo.
Para el gobierno turco, el genocidio armenio constituyó la "solución final" a sus problemas internos, la desintegración del imperio multiétnico y multirreligioso y la emergencia del Estado-nación turco. Para los armenios, significó su destrucción, la diáspora de sus tierras ancestrales y la desaparición de su cultura. De 2.100.000 almas en el Califato Otomano, en 1912, se pasó a 77.435 en 1927. De estas quedaban unas 50.00 en 1993. La mayoría de los supervivientes huyeron a Rusia, Europa y América.
Cuando se produjo el genocidio, Armenia no formaba parte de la Sociedad de las Naciones, con lo cual no hubo estado alguno que reclamara por sus víctimas. Dicho de otro modo: para las Naciones Unidas, fue como si estos muertos no existiesen. Los armenios trataron de crear su propio Estado, una pequeña República que solo pudo sobrevivir entre el 28 de mayo de 1918 y el 2 de diciembre de 1920, cuando fue anexionada por la Unión Soviética. Mediante el Tratado de Lausana (1923) se fijaron las fronteras de la actual Turquía. Las potencias europeas se interesaron únicamente por establecer relaciones con la nueva República de Turquía, el puente que las uniría con el petróleo de Bakú. Como los judíos, los armenios dejaron de ser una nación reconocida, se convirtieron en un pueblo errante.
Después del establecimiento de la República laica, continuó la presión sobre las minorías: en 1932, una ley prohibió a los griegos ejercer ciertas profesiones; en 1942, una ley fiscal se dirigió esencialmente contra los no musulmanes, a fin de turquizar la economía mediante impuestos prohibitivos, que obligaban a los interesados a vender sus bienes; en 1955, hubo tumultos anticristianos, vinculados a la cuestión de Chipre; en 1964, debido a las tensiones sobre Chipre, Turquía rompió un acuerdo con Grecia y prohibió todas las funciones comerciales a quienes tuvieran pasaporte griego, lo que provocó la partida de unos 40.000 griegos.
Al mismo tiempo, se inició la desarticulación de la herencia islámica. El 29 de octubre de 1923 Mustafá Kemal Atatürk accedió a la Primera Magistratura. En su empeño por occidentalizar el país impuso a la población el alfabeto latino, abandonando el alifato arábigo. Abolió los tribunales islámicos y el sistema otomano de las minorías. Expropió los bienes de las cofradías sufíes, prohibió la práctica de los derviches y cerró las escuelas coránicas, al tiempo que se implantó un nuevo Código Civil copiado del suizo, y adoptó el calendario occidental.
El caso de Turquía es paradigmático de la desintegración que se impuso en gran parte del mundo islámico con la llegada de la modernidad. Durante siglos, el califato otomano se configura como una pluralidad de pueblos que gozaban de una autonomía extraordinaria. En el momento en que triunfa un movimiento calificado sin pudor como “liberal y modernista”, se da paso a una concepción biológica de la territorialidad, que sitúa la pertenencia a una etnia como lo esencial a ese territorio.
Mustafá Kemal completó el proceso iniciado por los Jóvenes Turcos en nombre de la República de Turquía y de la hegemonía de la raza turca. Así, el método adoptado para encajar la sociedad otomana plural en en molde de la modernidad fue el genocidio. La intención manifiesta fue la de crear un estado unitario, basado en las ideas de nación importadas de Europa: "una lengua, una raza, una cultura". Es el Estado-nación moderno. En realidad lo que Turquía hizo con los armenios y los griegos es lo mismo que la España católica hizo con musulmanes y judíos.
Con esto, estamos preparados para comprender las resistencias a reconocer el genocidio: tan sólo 23 países lo han hecho hasta el momento (el último en sumarse ha sido Argentina). La causa de este olvido rebasa la historia local, para situarse en el terreno de la definición del islam y la modernidad, unas definiciones que están en la base de las políticas occidentales para Oriente Medio. Orientalistas como Bernard Lewis trataron de presentar el kemalismo como un avance hacia la democracia, frente a las instituciones otomanas, presentadas como el paradigma del "despotismo oriental". Mustafá Kemal Ataturk, el “padre de los turcos”, fue presentado en occidente como un modernizador ejemplar, que luchó por occidentalizar un país que permanecía aferrado a una religión arcaica. Para una visión de este tipo, la destrucción brutal de las minorías constituye un contrasentido.
Para saltar esta contradicción, se ha llegado al extremo de manipular la historia y culpar al califato (¡incluso al islam!) del genocidio, ignorando el hecho de que los musulmanes fueron también víctimas del kemalismo. En sus últimos años, antes de su abolición oficial el año 1924, el califato fue tan solo nominal. Cuando se produjo el genocidio, Turquía era gobernada por un movimiento auto considerado como nacionalista, liberal y progresista, bajo una Constitución de corte occidental. El islam, que había protegido a los armenios (como a los judíos) durante muchos siglos, es transformado en el culpable.
En los últimos años asistimos a un creciente reconocimiento del genocidio armenio. Este reconocimiento tiene causas políticas antes que humanitarias. Si algunos gobiernos europeos dictan leyes considerando un delito la negación del genocidio es por mero oportunismo, y tiene como objetivo el dificultar la entrada de Turquía en la Unión Europea, calificado como “país musulmán”, a pesar de que se trata de un régimen ultra-laicista que discrimina a las religiones y vulnera los estándares universales de la libertad religiosa y de conciencia.
Los armenios, como pueblo sin Estado, siguen estando a merced de las potencias, que se limitan a utilizarlos.
Fuente: http://www.webislam.com/?idt=19311
El fundador de los Jóvens turcos fue un judío italiano, Emmanuel Carasso.
ResponderEliminarY durante el genocidio armenio había varios judíos como ministros. Djavid Bey, ministro de finanzas que recibió la ayuda de la Banca Internacional y Vladimir Jabotinsky, líder del sionismo y organizador de la prensa turca.
O sea, su fundador, las finanzas, y la falsimedia en manos judías.
Quizá por eso el lobby judío USA se niega a reconocer este genocidio.
Sólo hay que rascar un poco, y la basura sale poco a poco.