Antes de la invasión de Irak, la ciudad de Samarra, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, era uno de los principales focos turísticos del país. Situada 100 kilómetros al norte de Bagdad, en la provincia de Salahadin, la villa recibía al año tres millones de visitantes atraídos por dos monumentos únicos en el mundo: la Mezquita sagrada de Al Askari, que alberga los restos del décimo y el undécimo imam de la doctrina chií, Ali al Naqi y Hasan al Askari, y el Zigurat (minarete helicoidal) de Al Malwiya, el único resto que se conserva de la gran mezquita del Califa al Mutawakkil, en su día el mayor templo islámico del mundo.
La ciudad de Samarra, puramente suní, ha sido sin embargo siempre una referencia para el chiísmo internacional, precisamente por albergar uno de los templos mas importantes del chiismo.
¿Cómo se entiende entonces que los propios ciudadanos sunnies de la ciudad o incluso Al Qaeda, atentaran contra un importante templo islámico, emblema además de su ciudad e importante fuente de ingresos?
Según el presidente del consejo municipal, Omar Mohamed Asan "Esa bomba no fue puesta por manos iraquíes. Dadas las características del atentado, sólo un Gobierno tiene poder para provocar esa explosión". El representante del municipio se refiere a un trabajo de profesionales. "Llegaron vestidos con uniformes de la Policía iraquí de madrugada, maniataron a los guardias que custodiaban el lugar –hoy en prisión o desaparecidos- y perforaron la base y los pilares de la mezquita en puntos muy concretos, con el objetivo de que las cargas no sólo provocasen daños sino que derribasen por completo la cúpula dorada. En menos de tres horas, el domo dorado había desaparecido en medio de una enorme explosión. "
Algunos informes de Inteligencia manejados por las cancillerías europeas señalaron a que la responsabilidad de un grupo iraquí, o incluso de Al Qaeda, era improbable. Demasiada organización y demasiada eficacia para no provocar ni una sola víctima, cuando todos los ataques extremistas en Irak pretenden diezmar a la secta contraria.
El sheikh Jattar al Samarrai es el imam de la Gran Mezquita, situada al lado de Al Askari. Recuerda perfectamente la tarde anterior al ataque, cuando salió de su templo para regresar a su casa. "Me sorprendió ver que los estadounidenses y la policía iraquí rodeaban las mezquitas, porque nunca se atrevían a entrar en Samarra. Declararon toque de queda, así que tuve que andar para encontrar un taxi que me trajera a casa", rememora.
"La Policía iraquí y las tropas estadounidenses, que por entonces no se adentraban nunca en la ciudad, habían cercado el día anterior la mezquita", confirma uno de los doctores del Hospital de Samarra, que prefiere no ser identificado. "Ningún grupo insurgente tiene expertos en explosivos de ese calibre", añade.
El sheikh asiente antes de proseguir. "Antes de aquel atentado, Al Qaeda se paseaba a sus anchas por Samarra sin hacer nada a la mezquita y los americanos nunca venían a detenerlos", continúa. De ahí que cuando escuchó la explosión que acabó con la grandeza de Al Askari, se convenciera de que había algo raro tras el ataque. "Enseguida comprendí que el propósito era enfrentar a la comunidad chií con la suní".
Hace tres años, la UNESCO incluyó Samarra en la Lista de Patrimonio de la Humanidad en Peligro después de que la Mezquita de Al Askari sufriera, en 2007, otro ataque que acabó con sus dos minaretes dorados. El templo sagrado ha sido reconstruido, según se lamentan los vecinos por manos chiíes. Visitarlo es un privilegio sólo reservado para los chiíes. En el caso del zigurat, la policía vigila que nadie se acerce a la torre en espiral. Mucho tendrá que cambiar Irak para que Samarra vuelva a ser el centro turístico mundial que fue.
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